José Ortega y Gasset y Gregorio
Marañón fueron los líderes cívicos de la España previa a nuestra guerra civil.
Y a poco de iniciarse nuestra segunda república desistieron de participar en la
vida política con el famoso “no es esto. No es esto”.
Previamente, Ortega había
publicado el mejor retrato histórico-político que se ha hecho nunca sobre
nuestra nación: España invertebrada, de la que no permitió su traducción
a otros idiomas para no dar argumentos a los inventores de la leyenda negra.
Nuestro momento presente acredita
la perenne actualidad de ese análisis orteguiano, al igual que La rebelión de las masas, donde afirmaba que ser de izquierdas o de derechas es una de las muchas formas que tiene una persona de hacer el idiota. Porque nuestro país, hoy como ayer, sigue careciendo de una élite capaz de dirigir el progreso de la nación
porque aquí se entiende el progreso como la estatalización de la vida, con la
necesidad de un Estado elefantiásico camino de las peores distopías de la
literatura, en unos casos. En otros, como opresor de naciones inventadas por un romanticismo supremacista y racista.
Y decía también Ortega que todo
lo bueno que ha ocurrido en España, al no contar con élites preclaras, se debe a
la acción emprendedora del pueblo, como así ocurriera, señala, con la colonización
americana. Este hecho ya se reflejó, desgraciadamente, desde nuestra naciente
literatura patria con la famosa frase referida a Ruy Díaz: Dios, qué buen
vasallo si tuviera buen señor.
El pueblo español es hoy, sin
duda, una sociedad que, como siempre, no cuenta con una clase dirigente que la
sepa ilustrar y dirigir hacia un futuro prometedor, una sociedad siempre
partida en dos, en la que no es posible la concordia. Donde la mangancia, en cambio, campa por sus respetos.
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