No parece caber duda de que el
mayor poder que opera hoy en Latinoamérica es el de los cárteles de la droga.
Tienen sometido a México, Colombia, Ecuador… Pero su capacidad de adaptación
para mantener vivo su comercio ilícito tiene efectos que alcanza a todo el
planeta, incluida Europa occidental.
Al respecto, leía en días pasados
que el grado de criminalidad en la ciudad francesa de Marsella sobrepasa la
capacidad de respuesta de las fuerzas de seguridad y que entrar éstas en
algunas zonas de esa urbe de casi un millón de habitantes es tarea peligrosa.
Por su parte, la actividad ilegal
alrededor de los puertos de Róterdam y Amberes han convertido a Países Bajos y
Bélgica en zonas de interés estratégico para el crimen organizado hasta el
punto de que sus representantes políticos viven amenazados por éstos, incluida
la heredera al trono neerlandés.
España tampoco está a salvo del
fenómeno. Esta actividad se concentra sobre todo en Barcelona y ya nos hemos
acostumbrado a que, en la costa sur mediterránea, se resuelva la colisión de
intereses mafiosos a tiros. Y sabemos perfectamente lo que también pasa en el Campo de Gibraltar.
Huelga mencionar la plural y
tradicional presencia de las mafias en Italia, que tanto juego han dado al
cine.
Nadie se ha expuesto más en el
mundo de la literatura en denunciar el poder del crimen organizado que el
napolitano Roberto Saviano. Su primera obra, Gomora, le costó la condena
a muerte de la Camorra, la mafia de su ciudad natal. Desde entonces vive oculto
y acompañado de guardaespaldas. Posteriormente, en Zero, zero, zero
diseccionaba al detalle el tráfico internacional de cocaína, obra que realmente
me causó una honda impresión.
Por todo esto, desde hace tiempo
estimo que Saviano merece el premio Nóbel, no sé si de la paz o el literario.
Pero su sacrificada lucha contra el crimen organizado merece un reconocimiento
internacional de primer nivel. A saber si es el miedo lo que impide su
candidatura.
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