jueves, 26 de julio de 2012

Un escritor que evangeliza en el desierto

Vaya por delante que soy creyente y que, en ese sentido, me considero cristiano, pues forma parte consustancial de mi civilización y, por lo tanto, es un alfabeto religioso que soy capaz de descifrar de forma natural, como mi propia lengua materna. Pero no soy muy confesional ni abrazo ninguna militancia, lo que, por lo general, me repugna.
Por eso ando bastante sorprendido en los últimos tiempos por la vocación predicadora del magnífico escritor Juan Manuel de Prada, una de las voces sobresalientes de nuestra novelística contemporánea. Parece que ha asumido como obligación personal nuestra reevangelización. Leo en La Tercera de ABC de hoy uno de sus artículos al respecto, en el que se destaca: "La resurrección no es la recuperación del cuerpo abandonado por el alma ni tampoco la continuación de una vida corporal interrumpida por la muerte -como pensaban los saduceos- sino el principio de una vida nueva".
Quédome sorprendido, en primer lugar, de que se recurra en estos albores del siglo XXI a lo que pensaban o no los saduceos. A estas alturas de la historia no creo que tenga ninguna trascendencia ni lo que creyera una minoría extinta del judaísmo ni si de verdad las vestales conseguían preservar su virginidad. Me parece que hay que recurrir a comparaciones más contemporáneas si se quiere transmitir religiosidad al común.
Luego viene la fe, la esperanza y la caridad, indudables virtudes teologales que como tales comparto. Pero me parece una pasada de frenada que Juan Manuel especifíque en qué condiciones estarán mi cuerpo y mi alma, o los suyos, cuando Gabriel toque a rebato el dia del Juicio. ¿La fe debe traspasar la esperanza hasta llegar a la elucubración de lo que ocurre en detalle tras la muerte?, ¿fortalece mi creencia trascendente? El dice que sí.
Desde luego, De Prada me merece todos los respetos y consideraciones personales. Sus opiniones también me parecen absolutamente respetables. Pero es que reconoce que defiende hasta lo que a los curas hoy les cuesta defender y lo justifica a fin de que los católicos no acaben "por decir que la esperanza misma es una filfa ilusoria". Suena eso bastante a los discursos políticos al uso: tú dile al ignorante electorado lo que quiere oír, que ya vendrán las rebajas.
Y no seré yo quien desautorice sus citas de San Pablo, el cimentador teológico del cristianismo, pero estimo que tampoco vale cualquier cosa para no defraudar la esperanza "encarnada en formas toscas". Debe perseverar en la confianza sobre la inteligencia de sus congéneres si quiere que su fé se expanda, tener en cuenta que los españoles de hoy no son los saduceos de entonces. No debe obviar, por ejemplo, que en la edición digital del periódico donde se podía leer su artículo, un diario conservador y católico, se podía votar sobre la propuesta de Gallardón de que se prohíba interrumpir los embarazos de fetos con malformaciones. Y la mayoría de los que habían opinado se mostraban contrarios a esta restricción porque la mentalidad social actual no tiene nada en común con la de los contemporáneos del concilio de Jerusalén, en el que estuvieron Pedro y Pablo.
Me da la impresión de que Juan Manuel llega al lugar cuando la feligresía ya abandonó esos predios agotados y se empecina en clamar en el desierto. Y que conste que lo dicho no es un ataque, sino una opinión sobre la opinión publicada de quien es sin duda un magnífico escritor que en alguno ocasión ha sufrido en sus carnes embestidas salvajes de fanáticos que no comparten su credo.




viernes, 20 de julio de 2012

Pérez-Reverte y el compromiso

Soy de una generación que creció viendo a Arturo Pérez-Reverte por la televisión informándonos desde el frente de guerra. Para alguien como yo, que lleva el interés por la información en las venas, era un modelo. Su paso, luego, a la literatura de forma tan exitosa fue una sorpresa muy agradable. Su pronto asentamiento como escritor, el reconocimiento como académico de la lengua, sus millones de lectores... todo ello ha hecho que, con el tiempo, se haya convertido en un autor consagrado e influyente.
Uno de los factores que han contribuido a ello es su capacidad para la provocación y su voluntad de participación social opinando sobre la realidad sin dejar indiferente a nadie, lo que ha venido haciendo de forma continua desde sus artículos de prensa y las redes sociales. Es persona que, además de derrochar cultura, gasta valor e independencia y siempre tira a dar. Lo ha demostrado sobradamente en sus cartas a Zapatero y, recientemente, a Rajoy, entre otras.
Para mí, que valoro muchísimo la independencia y sentido crítico de las personas, es un claro ejemplo del compromiso social que se suele exigir a los intelectuales porque sus intervenciones son muestras de sensatez ante diestra y siniestra. Nada que ver con ese compromiso que la izquierda pide a los intelectuales, que no pretende en el fondo más que la militancia sectaria de artistas y escritores con sus postulados. En caso contrario, se recurre a la descalificación desautorizadora.
Por supuesto que, para alcanzar ese nivel de independencia, hay que rechazar complacer a los poderosos, renegar de la subvención y las dádivas, pretender quedar a bien con todo el mundo. No se puede ser amigo de todos todo el tiempo y ese es un riesgo que hay que correr. Y así, Arturo Pérez-Reverte se ha convertido poco a poco en un referente moral de nuestra sociedad con una repercusión e influencia que pocos escritores han tenido en los últimos tiempos. Un ejemplo.

lunes, 9 de julio de 2012

Más sobre manipulación informativa

He escrito en otras ocasiones sobre la manipulación informativa. Sin ir más lejos, en la entrada anterior. Hace años que me grabé a fuego la frase de  Revel de que la mentira es la mayor de las fuerzas que rigen el mundo.
Para muestra, un botón: en la página 74 del ABC de hoy se recoge la queja alemana a la UEFA por manipular las imágenes de televisión. La chica germana que lloraba después de que Italia marcara el segundo gol fue grabada cuarenta minutos antes, cuando sonaba en el estadio el himno teutón. Yo mismo caí víctima de esta manipulación haciendo mención a esas lágrimas en otra entrada reciente sobre la Eurocopa.
Nunca estaremos bastante prevenidos contra la insidia.

viernes, 6 de julio de 2012

Vida de un escritor

Anoche terminé con la lectura de "Vida de un escritor", del increíble Gay Talese. Este extraordinario cofundador del llamado Nuevo Periodismo nos da una lección impresionante de lo que es la literatura de no ficción, esa artística mirada a la realidad que, luego, se transforma en literatura, como ocurre igualmente con los libros de viajes, género en el que se sitúa mi muy admirado y estudiado Bruce Chatwin.
Desde luego, el primer elemento constituyente de la literatura de no ficción es la observación atenta del entorno y el segundo, saber cómo hacer para que esa mirada sea singular, distinta, capaz de ver lo que se esconde a los otros para montar el friso de lo tangible. Esto requiere disciplina y conocimiento para ser capaces de bucear por debajo de las meras apariencias. Y así lo demuestra Talese cuando analiza la evolución del racismo en Alabama, reflexiona sobre la revuelta de Tiananmen o deja constancia del continuo y misterioso fracaso de todos los restaurantes que abren sus puertas en un determinado local de la calle 68 de Nueva York.
De su apreciación del caso de Tiananmen, me impresionó gratamente que no se le escapara la mentira publicitaria que montó Occidente para herir al régimen chino con dirigentes estudiantiles de pago que encontraron, luego, la colaboración de servicios secretos para abandonar el país y establecerse en Estados Unidos como becarios de lujo y altos ejecutivos. Es una técnica similar a la que se esconde detrás de la tan afamada primavera árabe, que ha contado, en este caso, con los impagables servicios de facebook, twiter y demás redes sociales a la mayor gloria de la agitación y propaganda. Millones de dólares para los grandes estrategas de la comunicación global y paz para los muertos.
En fin, una escritura, la de Talese, que encuentra petróleo literario excavando en el pozo de los hechos, donde trabaja esa orfebrería parsimoniosa de hilvanar la narración página tras página. Lo único que no me gustó fue el ajuste de cuentas que hace con sus suegros, breve pero empobrecedor, como cualquier otro rencor esparcido a los cuatro vientos.