lunes, 31 de enero de 2011

Geografía del sarcasmo

I
Laboratorio español

Es Isla Decepción cuando habitamos su verano.
Luego el hielo cubre hasta su nombre.


II

Nombres del barranco

El torrente baja desde la cima con tal violencia que lo llaman barranco de la Carnicería. Sólo cuando la escorrentía se amansa y el agua terrosa ahoga su cólera en el mar lo llaman de Santos.


III

Donde Canela vio el rostro de la muerte

Soy testigo excepcional: en la misma calle en que la canela perra Canela vio por tres veces el rostro de la muerte, el verode teje sus raíces en un tejado de tejas canelas. Sus carnosas hojas henchidas de humedad verdean la vida.

Sensatez: columna en ABC

UNA HUELLA EN LA ARENA
Sensatez

Dejemos, de una vez y para siempre, ese pesimismo al parecer tan español

Francisco Estupiñán

Publicaba este diario en días pasados unas breves declaraciones del escritor Rafael Núñez Florencio sobre el pesimismo español. Y, al parecer, tendemos en este país, de modo finisecular, al tremendismo, no sin alguna excepción, como el fin de las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco.
Enlazar estas reflexiones con el momento presente da para mucho. Tras algunos años de euforia económica, la realidad ha demostrado que ésta era injustificada. La incompetencia de nuestros actuales gobernantes, encima, se encargó de agravar aún más la situación. La moral colectiva está por los suelos y la desconfianza hacia sus representantes públicos, por los cielos. El cambio de siglo nos ha traído una nueva Generación del 98 afectada, como aquella, por una crisis moral, política y social.
Pero, ¿es simplemente que somos así, que nos empeñamos siempre en ver la botella medio vacía? Cuando el desempleo juvenil alcanza la mitad de esta franja de la población activa y todas las señales marcan el camino hacia la frontera a las nuevas generaciones, hay algo más que un estado de ánimo consuetudinario para explicar lo que ocurre. Y ya son inútiles esas absurdas propuestas de transparencia patrimonial de nuestros representantes políticos, que a esta hora sólo pueden interpretarse como lavados de cara para intentar recuperar la respetabilidad perdida. Esos enjuagues no son suficientes para una sociedad construida sobre los dramas de honor.
Lo que falta, lo que hemos perdido, es la cultura del esfuerzo y del trabajo, convencidos todos de que la pólvora del rey se almacena en polvorines infinitos. Y de pronto, para que las cananas individuales estén llenas, los más afortunados tendremos que trabajar casi hasta los setenta años, dejándonos también la vejez en el tajo para hacer posible que el sistema se sostenga. ¿No sería mejor buscar alternativas serias a este Estado del Bienestar insostenible?
Debemos dejar atrás esa mentalidad napoleónica de que la Administración todo lo provee, con nuestra iniciativa o sin ella; de que ser funcionario es la mejor manera de asegurar unos ingresos sin que cuente si somos o no productivos, de que perseverar en la militancia sindical es una inmejorable manera de cobrar sin rendir cuentas a nadie; que la política no es un servicio público, sino una carrera profesional. Nos hace falta, en fin, ser conscientes de que la democracia no es sólo depositar un voto, que es preciso contar con una ciudadanía activa capaz de exigir cordura a sus representantes cuando éstos pierden pie a tierra, que apartemos definitivamente los discursos ideológicos para aferrarnos a la realidad y la reflexión responsable. Dejemos, de una vez y para siempre, ese pesimismo al parecer tan español. Se trata sólo de ser sensatos.

lunes, 24 de enero de 2011

Únicamente un pensamiento: artículo de esta semana en ABC

UNA HUELLA EN LA ARENA
Únicamente un pensamiento

Se ha hecho uso del eufemismo para esconder este fanatismo siniestro (usado el término en sus dos principales acepciones)

Francisco Estupiñán

La agresión sufrida por el consejero murciano Pedro Alberto Cruz ha generado una enconada polémica durante toda la semana. El PP ha mostrado su indignación por el ataque a su cargo público y el PSOE lo ha acusado de pretender sacar ventaja del desgraciado hecho.
Pero hagamos honor a la verdad: Tal conducta de sectores de la izquierda española ha tenido sus antecedentes en el ámbito sindical, donde se ha recurrido impunemente a la coacción y al daño a la propiedad ajena en todas y cada una de las huelgas generales que se han convocado en España. Entró, luego, en el ámbito estricto de la política cuando se instrumentalizó el naufragio del Prestige para asediar en la calle al gobierno de Aznar.
Posteriormente, el empeño de aislar a la derecha se sustanció en el Pacto del Tinell que pretendía el poco democrático objetivo de impedir la alternancia en el gobierno. Este hecho alertó definitivamente a los ultraizquierdistas y ultranacionalista de dónde podían encontrar refugio, aunque el pecado socialista sólo fuera por negligencia.
Estas actitudes sectarias hacen hoy imposible que alguien que no se signifique en la izquierda pueda dar una conferencia en una universidad pública y una huelga legal se convierte sistemáticamente en una batalla campal en el centro de Barcelona. Los extremistas se encargan de que el espacio público sea de su uso exclusivo, como comprobó en sus carnes el maestro Hermann Tertsch.
En el caso de Murcia, las catapultas han sido unas absolutamente hipócritas protestas sindicales (pues los convocantes acosan allí a un gobierno regional por hacer lo que le obliga el Estado), que constituyeron el blocao donde se agazaparon los energúmenos agresores de Cruz.
Para mayor oprobio, se ha hecho uso desde siempre del eufemismo para esconder este fanatismo siniestro (usado el término en sus dos principales acepciones) con etiquetas como antisistemas, antiglobalizadores, okupas y otras de similar y aparente romanticismo rebelde, mientras para la derecha no hay distingos y es simple y llanamente fascista. Esta presión general sobre todo lo que no sea de izquierdas y, en particular, sobre uno de los dos principales partidos políticos del país no es admisible en un Estado de Derecho y, desde luego, el ataque físico o moral a personas por razones ideológicas debe ser perseguido como lo que es, una vulneración de los derechos fundamentales.
No se puede seguir tolerando, por acción u omisión, que un sector minoritario y exaltado de la sociedad, que acusa a quienes no comparten sus opiniones de reaccionarios que quieren imponer el pensamiento único, sean unos totalitarios que mantengan secuestrada a una sociedad en su pensamiento únicamente.