Islam significa sumisión a Dios…y
a sus intérpretes. Por eso eligió Michel Houellebecq la palabra sumisión para
titular una distopía que, paradoja cruel, llegó a las librerías francesas el mismo
día del atentado mortal contra Charlie Hebdo el 7 de enero de 2015.
Inmediatamente se acusó al novelista galo de islamófobo provocador.
Personalmente, he visitado varias
veces el barrio bruselense de Molenbeek, hábitat de no pocos integristas y
yihadistas. Me impresionó ver cómo las formas de vida te evocan más al Magreb
que a las de la capital europea.
Y mientras por estos lares se
llama a la tolerancia y a no provocar a las comunidades musulmanas cometiendo
lo que ellos condenan como blasfemia, en Arabia Saudí, país con los dos lugares
santos del Islam, se prohíbe cualquier otra práctica religiosa, poseer una Biblia
es delito y para vigilar el cumplimiento de sus leyes intolerantes existe una policía religiosa. Por
su parte, en Egipto son periódicos los pogromos contra los cristianos
coptos. Sólo cito dos ejemplos entre muchos.
Pero esa misma reclamación de tolerancia y respeto para los musulmanes, además, se hace con los servicios de
inteligencia sin quitarles ojos, subrepticiamente, a las mezquitas para prevenir la formación
de grupos integristas y posibles ataques en suelo occidental. Se mantiene silenciosamente la desconfianza.
No cabe duda de que cualquier creencia
religiosa debe ser respetada, pero señalo todo esto para destacar, por contraste,
cómo se tolera, por ejemplo, los ataques encarnizados contra la Iglesia
católica por ideológicamente “retrógrada” y no pasa nada. O cómo se ha
convertido en usual blasfemar contra la hostia, que es sagrada para ellos. La
hipocresía moral siempre tiene dos varas de medir.
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