martes, 26 de enero de 2010

Novelar

No deja de haber sufrimiento en la literatura. Sobre todo cuando se impone la extensión del texto lentamente, con un retardo concienzudo, atemorizando a quien intenta hilvanar una historia de larga dimensión, demorando el folio en su artesanía sintáctica, minimizando la acción con un propósito ajeno al autor, que fabula los hechos en su magnitud teórica, se bate con las palabras arañando su inmortalidad. Es una dura soledad para el neófito de la novela, que tiene que aprender a convivir con el tiempo sin pedir casi nada a cambio, entregando las horas como exvotos silenciosos ante el altar de la ficción. A cambio, como un reloj antiguo, ese tictac solitario de las teclas del ordenador va imprimiendo un ritmo entre personajes y trama, la arquitectura de un mundo posible, la geometría de una fabulación que alguna vez verán otros ojos y otras manos deshojarán como un calendario.

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