jueves, 14 de enero de 2010

La condición humana

Un día se transgrede la regla y se impone la excepción: el mar se rompió en Indonesia; el cielo, en Nueva Orleáns; la tierra, en Haití. Per secula seculorum. No se trata de ningún albur insondable, aunque tampoco de hechos absolutamente previsibles.
Algunos, después de estas tremendas desgracias, miran al cielo buscando una explicación, iracunda o resignadamente, como si la respuesta estuviera en el viento, que dijo Bob Dylan. Pero la clave no está en los celajes, sino en la pobreza; no en el azar, sino en la (in)cultura; no en el vudú, sino en la corrupción.
Y también se evidencia en la hora de la tragedia que la codicia y los propios intereses son el implacable motor de las personas, de las sociedades. Por eso, la generosa ayuda de los vecinos tiene un fin egoísta, que no es otro que impedir la estampida de los miserables, evitar la invasión de la miseria ajena.
Ahora es la hora de las ONG, de los nuevos samaritanos sin fronteras, pero también de los especuladores y del mercado negro. Cuando hay racionamiento siempre surge el estraperlo; cuando hay miseria, se crean nuevas fortunas. Es la condición humana, la que se nos oculta bajo el continuo perorar de los oradores globales, de la agitación y propaganda, de la mentira.

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