viernes, 15 de enero de 2010

La verdad del mar

El fin de semana es la puerta de entrada a la paz, al recogimiento, al hogar de los libros y la música; también al amor sosegado, sin prisas; a la esposa, a los hijos. Pero el mar me reclama lo suyo en su espejeante quietud de los últimos y cálidos días. Me incita a embriagarme de su brisa, a embelesar mis oídos con su arrullo, tal vez a envolver mi escasa sustancia en la fría inmensidad de la suya. El mar también es un amor, no sólo el líquido refrigerante de la canícula. Me impulsa el deseo esa vela desplegada al viento que veo ahora surcar la bahía propulsando, con su acompasado vaivén danzarín y una sensual escora, la anatomía de la libertad, que es la comprensión de nuestra justa insignificancia en medio del océano omnipotente. ¡Qué sutil lenguaje el de las olas, que nos susurran la magnitud humilde de lo que todo lo puede!

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