jueves, 21 de enero de 2010

Los espejos cóncavos

La caridad es un instinto espontáneo y hermoso que brota cuando vemos las imágenes de un niño haitiano que, apenas ser rescatado de los escombros, alza los brazos en señal de triunfo y alegría por haber sobrevivido a la debacle. Se nos sublima el corazón y se nos humedecen los ojos cuando contemplamos la victoria de la tierna vida sobre la cruel y primigenia adversidad. Pero se nos queda también la duda: es un plano de televisión que encarcela la realidad entre sus límites, que no nos deja ver más allá de la emoción primaria y puede que hasta haya un improvisado regidor que le esté indicando al entrañable y afortunado niño que alce los brazos y así conseguir esa escena para la dramatización universal de la desgracia. No, no es una exageración; se han visto escenas no cortadas en las que se oye y se ve al cámara azuzando a los presentes para que le griten asesino al supuesto autor de un crimen machista. Y otras tantas manipulaciones similares. Todo sea por el espectáculo y la audiencia, nada real va a estropear una buena noticia, las ópticas de los objetivos saben vestir los hechos antes de proyectar su imagen. Y así, como decía Max Estrella, los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento.

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