miércoles, 11 de junio de 2008

Cambiar el lenguaje, cambiarnos a nosotros

La comunidad filológica hispánica decidió hace mucho tiempo que nuestra lengua es la española y que el castellano es una de sus variantes, como lo son el andaluz o el argentino. Pero nuestros políticos decidieron que no, que se llama castellano para contentar a los nacionalistas vascos, gallegos y catalanes.
Los autores de nuestro sistema educativo (mejor o peor) decidieron que el estudio de esta lengua es tan fundamental que, junto con las matemáticas, debía tener el mayor número de horas lectivas en los centros de enseñanza. Pero nuestros políticos han decidido que no para contentar a los nacionalistas vascos y catalanes y, por ejemplo, en Cataluña sólo se dedican dos horas semanales a aprender la lengua común con más de 102 millones de hablantes, mientras en el resto se dedican seis (si no me equivoco).
También decidieron que Lérida se llame Lleida, que La Coruña se llame A Coruña... con el mismo argumento que serviría para decir que en español Londres debe decirse London o Grecia citarse Hellas, que es como se dice en griego. En fin, que por la misma razón que se nos impone Euskadi por País Vasco nos pueden imponer Suomi por Finlandia.
El mensaje de nuestros insufribles políticos es que los lingüístas podrán cantar en román paladino y el sentido común chirriar como goznes sin aceite. Da igual, ellos nos van a cambiar la realidad, el lenguaje y lo que haga falta para hacernos felices... incluso a pesar de nosotros mismos, miembros y miembras de la comunidad hispánica.

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