jueves, 25 de marzo de 2010

Sueños salvadores

Anoche fueron los sueños, muchos sueños, esa irrealidad cercana en la que nos reencontramos con los que están y los que no están, con los mundos idos o posibles, o se recrean los hechos con otras atmósferas, más inauditas, a veces más obsesivas. Y pienso que nuestro cuerpo no para nunca... hasta el final; no lo hacen los pulmones, el estómago, el corazón. Tampoco el cerebro, que nos narra historias contadas con personajes y escenarios preexistentes, como un grupo de teatro pobre que aprovecha el atrezo de la puesta en escena precedente.
Siempre se ha oido hablar sobre el significado de los sueños, sobre las interpretaciones que esta narrativa peculiar puede tener, pero lo cierto es que son historia de nosotros mismos creadas desde nuestra propia memoria. Un narrador que cuenta rebuscando en sus propios recuerdos para relatar una autobiografía verosímil, pero imposible, caleidoscópica, como un escritor preso de la paradoja o del oxímoron.
Anoche me encontré con dos de mis fantasmas y con una amiga de hace muchos años. Mis fantasmas intentaron mortificarme con sus viejos trucos de siempre, que ya no hacen daño. Con mi amiga me veía ahora mismo, en su ciudad, en medio de su cotidianidad, pero ella era la de hace veinticinco años y yo la persona que soy ahora. No hubo recreación física del personaje, se impuso tal vez la falta de imaginación o, al contrario, la imaginación nos impuso una presencia falsa, pero reconocible y querida. Fue un buen sueño y no el de los viejos fantasmas con sus manidos trucos, fantasmas montaraces, soberbios, incapaces de aprender de sus errores escénicos.
Y se me ocurre que los sueños, pues, son un soliloquio narcotizado que nos satisface o nos asusta, pero que nos salva de la continua realidad de nosotros mismo.

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