Es un día hermoso que dan ganas de vivir, un día en el que sobreponerse al propio y acendrado escepticismo porque las nubes viajan ligeras por la luz diáfana de la mañana. Lo ves mientras desciendes por la autopista y compruebas la maravilla de esta benignidad. Pero enciendes la radio del coche y empieza el parloteo tertuliano a ensuciarlo todo, no más que conversaciones de café, sin ningún valor, que oyen millones de personas que van contruyendo un credo de medias verdades, mentiras y obviedades lanzadas a los cuatro vientos por los expertos en nada. Y cambias el dial y una de las emisoras abre su antena a la participación de los oyentes y es todo lo mismo: personas henchidas al lanzar sus obviedades y simplezas partidistas a la inmensidad del espacio radioeléctrico.
Pienso si se pueden hacer cestos con estos mimbres, pienso si el cesto podría aguantar el peso de tanta vulgaridad, pienso que nadie va a molestarse en comprobarlo porque estarán en la cháchara, en el parloteo, como un perpetuum mobile capaz de llevar una y otra vez a una sociedad hacia la gloria de la nada.
Mejor apagar la radio y recocijarme en el silencio mientras las blandas nubes en un limpio aire azul llenan mis ojos. El día es la paz que otorga mantener la radio apagada.
Tanta impertinencia debe ser síntoma de la propia decadencia.
miércoles, 24 de febrero de 2010
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