sábado, 26 de diciembre de 2009

La causalidad de la vida

El mirlo salta sobre sus dos patas y escarba en busca de alimento y sigue con sus saltos como una sucesión de oraciones bajo el cielo. ¿Es esto el azar?
El heliotropo sigue conservando sus colores, que se adentran en el invierno como una belleza temeraria dispuesta a honrar la vida hasta el último aliento. ¿Es esto la casualidad?
¿Los días son una impostura?, ¿el amanecer, una repetición fortuita?, ¿la fotosíntesis, un cúmulo de albures?
Sólo se puede creer semejantes cosas en las urbes, tras los cristales, en el marco exacto de una televisión, aunque, más allá de sus estrechos límites, el encuadre se prolongue hasta el centro de la Tierra y ascienda hasta lo más hondo del Universo.
Pero la naturaleza, la realidad, se disfraza ahora de ideología, de piedra arrojada contra otros. Y sólo hay que agacharse junto al borde del estanque y lavar el rostro con su agua cristalina para limpiar nuestros ojos, aclarar nuestra estrábica mirada, para ver la causalidad en el fastuoso milagro de la vida.

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