lunes, 21 de julio de 2008

En el principio fue el blues

Este fin de semana pasado lo he dedicado a los clásicos del blues, especialmente a oír una grabación de T-Bone Walker. He reflexionado sobre el hecho de que mis preferencias están condicionadas por esta forma musical de los negros norteamericanos y de las demás que de ella devienen: el jazz, el rock, términos usados aquí de manera genérica y en su sentido más amplio.
En lo personal, entiendo que esta concepción de la música supera a la tradición occidental clásica, cuyo fundamento es la tonalidad diatónica basada en las tríadas mayores. La música negra la supera con las notas de color de las cuatríadas.
Sociológicamente, además, hay que considerar su capacidad para conectar con el gran público a través del swing y el groove, con el ritmo como ese gran motor que ayuda a la catarsis a través del movimiento, del baile.
Este valor se convierte en universal cuando se asocia a la gran revolución cultural de los años 60 (cuyo epicentro estuvo en California y no en París), en que la ética en los países capitalistas se transforma, reconvirtiendo el modo de vida tradicional en otro más libre y más flexible, menos atado a los convencionalismos burgueses.
Es un momento de gran esplendor para la música moderna, que finalmente se acoge a las maneras del blues, asociada a los nombres de Janis Joplin, Hendrix, Doors, Eric Clapton, Led Zeppelin..., aunque el sistema y su industria musical saben también fagocitarla hasta convertirla en pop, un estilo menos complejo y más popular que transforma a grandes grupos como los Beatles en fenómenos de masas.
En España este proceso fue más lento por el franquismo, que postergó esta gran revolución cultural, que musicalmente no dio resultados de calidad hasta el inicio de los 80 con la famosa y manida movida. La tal movida no fue otra cosa que la primera generación de músicos inmersos durante toda su vida en la nueva cultura y que realmente sabían tocar sobre las nuevas pautas. Todo lo anterior fueron intentos más o menos aislados, más o menos honestos, más o menos fallidos.
Hoy la música sigue reinando como el arte más popular, el arte al que todo el mundo accede, más allá de condicionantes sociales o culturales, aunque también se exalten tendencias y piezas de dudoso gusto, sobre la hegemonía de las pautas musicales que nos trajeron los negros norteamericanos. Pero, tal vez, el fenómeno más curioso es que si, primero, los métodos de grabación hicieron posible que se pudiera oír música sin que los músicos estuvieran in situ, hoy el desarrollo tecnológico permite hacer música hasta sin músicos. Queda saber hasta dónde se puede llegar.

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