lunes, 4 de febrero de 2008

Militancias

Las militancias, las tomas de partido, ¿nos coartan la libertad? Parece necesario, incluso esencial para la vida de las personas, los agrupamientos por intereses comunes. Siempre ha sido así. Pero cuando una persona abraza una causa, de cualquier índole, inmediatamente surgen un "nosotros" y un "los otros", una diferenciación que establece fronteras entre personas.
Esos límites grupales adquieren inflexibilidad sobre todo cuando atañen a la política y la religión, también a los negocios, cómo no. Entonces "los otros" son enemigos a batir, cuando no a eliminar o exterminar, si se tiene el convencimiento de que la propia opinión es la única verdadera o válida. Este sería el caso más extremo de militancia.
No obstante, en los casos menos extremistas también se quiere la extensión y la prevalencia de las propias creencias en detrimento de las ajenas.
En ambos casos, no obstante, se quiere que "nosotros" tengamos éxito frente a "los otros", lo que nos lleva a anteponer los logros grupales por encima de los generales. Los partidos, por ejemplo, que concurren a las elecciones quieren ganarlas y constituir gobierno. Desde luego, tienen su proyecto político, pero está en juego el éxito de esas personas, de ese grupo, de sus intereses, al igual que no pueden evitar el sentimiento (digo sentimiento) de fracaso y de incompresión social cuando sus objetivos mínimos no se cumplen. Hay algo más que fundamentos racionales en las militancias.
Las sociedades abiertas, las democracias, pretenden regular y hacer posible la convivencia entre todos esos grupos religiosos, políticos, sociales...
Pero la extensión de los recursos del Estado y de sus apoyaturas en los medios de comunicación propician que, al final, quien los maneje obtenga una ventaja a la hora de controlar y fiscalizar a "los otros" a través de leyes, normas, opiniones... que están destinadas a la coerción del pensamiento y de la libertad.

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