martes, 22 de enero de 2008

¿Crisis para unas elecciones? ¿Elecciones para una crisis?

Parece que las alegrías de los consumos financiero y familiar han terminado por abrir una vía de agua en las economías occidentales, de, entre las cuales, la primera en ponerse nerviosa ha sido la española. Es el problema de la alegría continua, de la belle epoque del siglo XXI, la que quiere olvidar a toda costa el terrorismo de masas con el que inauguramos el nuevo siglo, lo mismo que la bella época del siglo XX fue la que quiso olvidar la guerra que había sufrido y la que tendría que sufrir.
Lo cierto es que no se hicieron los deberes a tiempo, sino que se dejó hacer a la inercia. Ahora toca la receta de última hora: rebaja de impuestos, contención del gasto público y contención de la inflación, según acuerdan todos los analistas (¡caramba!, la misma receta que aplicó Margaret Thacher en la Gran Bretaña de los 80). Pero seguirían quedando las otras medidas, las que no se han tomado en tiempos de bonanza para evitar la actual situación: aumento de la competivividad y de la productividad, mayor liberalización de los mercados, flexibilización del mercado laboral, disminuación de la dependencia energética...
A dos meses de unas elecciones generales en España, no puede caber duda de que la crisis que inaugura oficialmente el desplome de la Bolsa también tendrá voz y voto en las urnas. ¿Será una crisis para las elecciones o unas elecciones para la crisis?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya en el año 2003, cuando la mayoría de los países de nuestro entorno: Alemania, Francia, Italia, Austria… habían abordado el tema de las jubilaciones para adecuarlo a las nuevas circunstancias de la creciente ampliación de las expectativas de vida, llegando a retrasar la edad en muchos casos, yo estaba convencido de que si no se tocaba en España era por la proximidad de las elecciones y de que una vez realizadas estas, cualquiera que fuera el partido que gobernara estaba obligado a abrir el debate sobre esta cuestión para, contando con la opinión de los ciudadanos y de los agentes económicos y sociales, adoptar las medidas que permitieran mantener en buena forma nuestro sistema, salvado de la crisis unos años antes por el Pacto de Toledo; pero me equivoqué, ganaron los que ganaron y como quiera que encontraron las depensas llenas –incluyendo por supuesto las de la Seguridad Social–, desde el primer momento se dedicaron a invertir en el rentable negocio de ganar elecciones para mantenerse en el poder, actividad que se ha ido multiplicando tal como se ha ido aproximando la cita electoral y en la que, al haberse agotado lo de la guerra, han recurrido a lo más fácil: reparto de ayudas como los cheques bebe, las destinadas a los jóvenes para el alquiler de viviendas, aumento del salario mínimo, etc., etc., Llegando hasta el paroxismo al decir José Blanco que no nos preocupemos del ahorro que el Gobierno ha ahorrado y en estos momentos de dificultades generalizadas para llegar a fin de mes, nos ayudará a pagar las hipotecas. ¡Que sentido de la responsabilidad! Pero de las jubilaciones nada de nada y cada día está más en peligro la continuidad del sistema. Todo lo que he oído sobre el tema fueron unas declaraciones del ministro Caldera –que a mi me parecieron atinadas y coherentes– en el sentido de que antes de pensar en alargar el tiempo de actividad retrasando la edad de jubilación había que intentar que todos los trabajadores se jubilaran a los sesenta y cinco años; es decir, ir eliminando progresivamente todos esos coladeros por los que a partir de los cincuenta años, e incluso antes, se vienen dando jubilaciones anticipadas; pero ahí quedó todo y actualmente se sigue con los mismos métodos que el PSOE vino practicando entre los años 1982 y 1996, consistentes en reformas por doquier mediante las cuales consiguieron que, por ejemplo, en el caso de las Fuerzas Armadas, llegaran a pasar a esa situación especial de reserva activa que inventó el ministro Serra, hasta militares de treinta años, los cuales seguirán cobrando de los Presupuestos del Estado mientras vivan, o sea, del dinero de todos los españoles.
Lo único cierto, es que se vayan cuando se vayan, como alguien ha dicho recientemente, no sólo dejarán la despensa vacía sino que incluso nos dejarán sin despensa. Sobre tomar medidas para prevenir, nada de nada. Derrochar y más derrochar y, si precisamente por ello entramos en crisis, no llegamos a fin de mes, nos quedamos sin trabajo y nos embargan la vivienda, mejor porque esto les ofrece la oportunidad de presentarse como los salvadores. Sí, sí, aunque parezca paradójico, los salvadores. La máquina de convencer ya está en marcha: se parte de que la culpa de los problemas de los españoles es de los Estados Unidos de América para continuar con lo que el PP no puede resolver tales problemas porque emplea las mismas recetas que las de los americanos y, por tanto, sólo nos puede salvar el PSOE. Lo demás es fácil de imaginar.
Las preguntas con las que se titula y cierra está información pueden encontrar respuesta en este planteamiento; pues, aunque quizás no pueda contestarse afirmativamente a la si será una crisis para las elecciones porque, si bien nos encontramos en ella por las torpezas y falta de previsión del gobierno de España, esta situación escapa de su poder de influencia; puede que sí a la de si estamos ante unas elecciones para la crisis, ya que, contando con tanto estómago agradecido, no será muy difícil convencer de nuevo a los que con tanta rapidez cambiaron el sentido del voto el 14-M. Los argumentos tienen que ser necesariamente distintos pero el resultado puede ser parecido. Cuando el aeropuerto de Barajas tenía problemas la culpa del gobierno del PP. Ahora que no los hay porque ese mismo gobierno los solucionó construyendo un magnífico aeropuerto, es por la buena gestión de señora Álvarez, que en modo alguno es responsable del mal funcionamiento de los trenes de cercanías de Barcelona ni de ninguno de los problemas que por su incapacidad se han generado en toda España. Está claro que necesitan nuestro voto de confianza para que puedan sacarnos de la crisis. Por tanto, ¿por qué no adaptar las elecciones a la crisis?
García de Varaila