lunes, 14 de junio de 2010

Columna de ayer en ABC

UNA HUELLA EN LA ARENA
El Mundial del sida

Francisco Estupiñán

La última película de vaqueros que vi narra, en realidad, un conflicto que se prolongó miles de años y que tanto apasionó a mi admirado Bruce Chatwin, una de las víctimas de los primeros estragos del sida: ganaderos y agricultores, nómadas y sedentarios, que afrontan el antagonismo de sus modos de vida violentamente desde los tiempos de Caín y Abel. Pero el sedentarismo, pausadamente, se impuso en esa primigenia lucha. Ni siquiera perdura la dicotomía entre el campo y la ciudad, pues el mundo rural está habitado, cada vez más, por ancianos y algunos bohemios que buscan paz y sencillez.
Los sociólogos convienen en que el modelo económico y social resultante de estos litigios en Occidente es hoy paradigma para el resto del mundo, que ha aprendido la senda a recorrer para alcanzar nuestros niveles de vida: sanidad y educación. Sólo los países más desarrollados soportan el vértigo de explorar los caminos que conducen al ignoto futuro.
África, atenazada por innúmeras desgracias, vive al margen de esta realidad. Buen ejemplo es Sudáfrica, la última nación que padeció el racismo institucional blanco, que acoge desde el viernes el Campeonato Mundial de Fútbol. La FIFA está contentísima por los altos rendimientos económicos, pues todas las infraestructuras y servicios se compran sobre valor local y se venden a precios europeos. El margen de beneficios es más que amplio.
Este rico país se ha depauperado calamitosamente después de que Nelson Mandela dejara la presidencia. Su sucesor, Thabo Mbeki, simplemente negaba la existencia del sida mientras morían casi 400.000 personas por la falta de tratamientos. Posteriormente, dimitió por su implicación en diversas corruptelas. Fue reemplazado por su rival y actual mandatario, Jacob Zuma. Éste es polígamo, sufre en los últimos meses un público ataque de cuernos que ha dejado una víctima mortal y estuvo procesado por violación a una joven seropositiva. Durante el juicio, en el país con más infectados del planeta, afirmó que una buena ducha tras el coito es suficiente para evitar el contagio.
Mandela es un héroe que sacrificó su vida enfrentándose a un régimen segregacionista intolerable, pero sus continuadores, ayunos de su grandeza moral, sólo se han ocupado de cebar sus cuentas corrientes como lechones y de propagar, con sus criminales estulticias, una epidemia que, finalmente, asuela a su pueblo. Son, no cabe duda, los malvados de una historia con más truculencia y ruindad que cualquier película del Oeste. Éste es el esperpéntico decorado político del Mundial del sida.

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