martes, 7 de abril de 2009

Canarias en la obra de Chatwin

A continuación reproduzco el artículo que mencionaba en la anterior entrada y que se publicó el pasado sábado en La Opinión de Tenerife:


Canarias en la obra de Chatwin

El autor inglés menciona a las Islas como tierra de emigrantes y anticipa la inmigración ilegal desde África



Bruce Chatwin (Gran Bretaña, 1940-Francia, 1989) es de esos escritores imperecederos en los que es casi imposible distinguir la línea que separa vida y obra, al modo de su compatriota T.E. Lawrence, comparación recurrente y que detestaba. Así lo demuestra la actualidad de sus libros y el magnetismo que su biografía sigue ejerciendo, aun a los veinte años de su prematuro fallecimiento, aniversario que se celebró el pasado 18 de enero.

Viajero compulsivo, repelido por Inglaterra y atraído por el nomadismo, fue autor, paralelamente, de una literatura en continua evolución que se inició en 1977 con En la Patagonia, su más afamado libro, que cautivó a toda una generación de lectores, no dejó de levantar polémicas y se convirtió en guía para el peregrinaje a la Argentina austral. Pero, según la mayor parte de los críticos, Chatwin alcanzó su cumbre literaria en Los trazos de la canción (1987), un texto en el que rompe la frontera de los géneros, haciendo indistinguibles las barreras entre ficción y no ficción, entre ensayo y libro de viajes, entre novela y diario. Y generando otra vez una gran controversia por sus argumentos y personajes, lo que era consustancial a su forma de ser y estar en el mundo.

En este continuo viajar y escribir, su bibliografía no ha podido obviar a Canarias, como así había sucedido anteriormente con otros escritores viajeros británicos, como Richard Burton u Olivia Stone. Pero en esta ocasión, el Archipiélago no aparece tanto para su descripción física como para dejar constancia de que es tierra de emigrantes a América, destino del turismo de masas y lugar de paso entre África y Europa, tres de los principales papeles que le ha tocado interpretar a nuestras islas en su modesta participación en la historia moderna y contemporánea. Aunque, eso sí, sin dejar de ser menciones escasas y escuetas, casi marginales, para un autor que buscaba sobre todo el encuentro con lugares extremos, alejados de la cultura europea occidental, comparables con ella. De hecho, en la amplísima biografía obra de Nicholas Shakespeare, no hay ninguna mención que deje constancia siquiera del paso ocasional de Bruce Chatwin por el archipiélago, aunque cabe pensar que éste se produjo al menos en su visita a Mauritania.

Precisamente la emigración canaria aparece en su ya mencionada primera obra, donde, en el capítulo 43, cuenta su parada en una hacienda situada al oeste de Argentina, casi junto a la frontera chilena: “El arrendatario de la estancia Paso Roballos era un canario de Tenerife.”, nos dice, para añadir sucintamente sobre este particular: “El anciano, que añoraba el terruño y soñaba con el vigor perdido, recitaba los nombres de las flores, los árboles, los sistemas de cultivo y los bailes de su montaña soleada enclavada en el mar”[1].

Nos narra Chatwin, pues, la nostalgia por la tierra de origen de un tinerfeño emigrado en el tramo postrero de su vida, donde ocupa un lugar preeminente en la memoria la naturaleza, la agricultura y el folclore de la isla. Además, nuestro autor describe a Tenerife por tres de sus tópicos más evidentes y, por lo tanto, más reconocibles: la insularidad, el buen clima y el Teide.

El Archipiélago vuelve a aparecer en la tercera de sus obras, la novela Colina negra (1982), la historia de dos hermanos gemelos galeses. La primera referencia es que uno de los personajes colecciona información sobre catástrofes aéreas, entre las que se cita la “colisión de los Jumbos en Canarias”[2], aludiendo a la tragedia de Los Rodeos.

La segunda y última aparición de las islas en este texto tiene relación con su industria turística: “La pareja fue a pasar su luna de miel a las Canarias, y cuando regresaron, bronceados y hermosos (…)”.[3]

Como podrá observarse, una presencia de Canarias sin la intensidad emocional que contiene la nostalgia del emigrado por su tierra de origen.

La última vez que aparecen las islas en la obra del escritor británico es en el ya mencionado Los trazos de la canción, donde Chatwin anticipa lo que se convertiría en una terrible realidad a mediados de los 90 y que se prolonga hasta el presente: el Archipiélago como lugar de paso para la emigración ilegal desde África.

El fragmento de referencia se produce en la parte central del texto, compuesta, como decía el propio autor, como un collage que recoge apuntes varios sobre anécdotas y datos de distintos viajes. Esta entrada aparece referida como Mauritania, rumbo a Atar y reproduce la conservación de Chatwin con un senegalés:

“- ¿Vas a Atar?- me preguntó.
- ¿Tú también?
- No. Yo voy a Francia.
- ¿Para qué?
- Para continuar con mi profesión.
- ¿Cuál es tu profesión?
- Installation sanitaire.
- ¿Tienes pasaporte?
- No –respondió sonriendo-. Tengo un papel.
Desplegó un trozo de papel pringoso en el cual leí que don Hernando Fulano de Tal, capitán del pesquero tal y cual, había empleado a Amadou… apellido en blanco… etcétera, etcétera.
- Iré a Villa Cisneros –dijo-. Me embarcaré rumbo a Tenerife o Las Palmas de Gran Canaria. Allí continuaré con mi profesión.
- ¿Cómo marinero?
- No, monsieur. Como aventurero. Quiero ver todos los pueblos y todos los países del mundo”.[4]

Desde luego, es este un pasaje revelador, pues la mención de Villa Cisneros nos traslada a la época en que el Sáhara Occidental se encontraba bajo soberanía española, esto es, antes de 1975. Y, al menos desde esas fechas, la población africana tenía a Canarias como el lugar de más fácil acceso a Europa por su condición de frontera sur de este continente, como así refleja el fragmento reproducido.




[1] Chatwin, Bruce: En la Patagonia. Ediciones Península. Barcelona, 2002. Páginas 104 y ss.
[2] Chatwin, Bruce: Colina negra. El Aleph Editores. Barcelona, 2003. Página 85.
[3] Ibidem. Página 309.
[4] Chatwin, Bruce: Los trazos de la canción. Ediciones Península. Barcelona, 2001. Página 201.

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