jueves, 23 de octubre de 2008

El silencio

Ahora que, gracias a Zapatero, ha vuelto a quedar patente que no somos nadie en este mundo traidor, me gustaría dejar constancia de la importancia del silencio, que es un concepto muy interesante, desde mi personal punto de vista.
Al parecer, el silencio absoluto no existe, pues un hombre puede oír hasta su flujo sanguíneo. Pero, en la macrosociedad moderna, los niveles de ruido superan prácticamente todo lo admisible y tenemos que vivir adaptándonos constantemente a ellos.
Sin embargo, existe un miedo atávico al silencio hasta el punto de que mucha gente, al encontrarse sola, inmeditamente enciende un televisor, una radio, o pone música. Se produce la paradoja de que molesta la intensidad del silencio.
Dando un paso más, hay personas incapaces de soportar la soledad, aunque sea momentánea. Necesitan de la continua interacción con los demás, sea a través del lenguaje verbal o del gestual, en ocasiones con la sola presencia. Silencio es muchas veces sinónimo de soledad, otro concepto poco valorado y hasta temido
Una de las cosas que me llaman la atención, sabiendo que no llevo muy bien despertarme al lado de gente habladora, es cómo se puede alegar tanto como, cuando alguna vez, he estado en una jardinera que me lleva a un avión antes de las siete de la mañana y compruebo que mis acompañantes ya hablan a gritos sin parar. ¿Es una necesidad vital o sólo un hábito adquirido?
Lo cierto es que, por contra, todas las doctrinas e ideas destinadas al enriquecimiento interior dan un tremendo valor al silencio como fuerza constructora.
La prueba de la importancia que tiene el sonido y lo poco valorado del silencio es que este último se omite en la mayoría de definiciones de música que conozco, cuando a mi entender ésta es la combinación modulada de ambas cosas. Sin silencio no habría matices y la música sería más una tabarra que un placer.

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