viernes, 3 de febrero de 2012

Ciudades insulares

Fue en otro tiempo que la población era un bien escaso y la geografía, pródiga abundancia. Poca gente, mucha distancia, para todo. Ahora, en el siglo XXI, la demografía es el problema, no bastan los recursos naturales para dar cabida a una humanidad con visos de convertirse en plaga bíblica.
Si tomo como ejemplo mi propio entorno, no existen hoy distancias que actúen de límites definidores de las localidades. Por el norte o por el sur, el territorio se define por un continuo urbanizado de tal modo que más parecemos ciudades insulares en las que sobran los ayuntamientos y sus pretendidos límites municipales. Sólo una administración pública única para gestionar las necesidades de 600.000 habitantes, cifra esta muy lejana de las consideradas megalópolis, bastaría. Una reforma institucional del todo practicable.
Pero esta situación ha arrasado la belleza, ha sustituido a la naturaleza con cemento con una prodigalidad rayana en la insensatez. Tenerife o Gran Canaria son islas dormitorios donde antes hubiera los bosques y riachuelos que cantara Bartolomé Cairasco y el medio rural es un conjunto de fogones donde nos hacinamos para comer chorizos parrilleros. He visto auténticas multitudes en el monte de Las Raíces fervorosamente dedicadas a alimentar el fuego de las barbacoas que alimentaban, a su vez, a la multitud. Extraña simbiosis de naturaleza y supermercado.
Lo mismo ocurre con las playas, que en las noches de verano son el vertedero que delata a la muchedumbre que procuraba hacerse hueco en la arena o el mar y hasta las más peligrosas, las que antes todo el mundo evitaba, concitan la concurrencia ciudadana que busca su lugar bajo el sol.
No, no creo que exagere si insisto en la idea de las ciudades insulares.

No hay comentarios: