lunes, 20 de septiembre de 2010

La sociedad del eufemismo: columna de ayer en ABC

UNA HUELLA EN LA ARENA
La sociedad del eufemismo

La palabra es un arma cargada, pero no, como decía Celaya, de futuro

Francisco Estupiñán

El Estado lo sabe todo de nosotros, o lo puede saber: quiénes somos, dónde vivimos, cuánto ganamos e, incluso, dónde hemos estado, gracias a la proliferación de cámaras en la vía pública. Pero se acepta porque son informaciones necesarias para contar con el Estado igualitarista y asistencial que la mayoría social quiere, aunque sea en detrimento de la privacidad y, a veces, de la libertad.
Pero lo que no cabe presuponer es que tal sistema genere una sociedad más solidaria, pues muchos son los casos en que las prestaciones se usan con fines políticamente clientelares mientras los potenciales beneficiarios sólo esperan el rédito personal, importando un bledo lo que sería de justicia. Porque, a pesar los discursos buenistas al uso, cada cual va a lo suyo. Van a lo de ellos los miles de ni-nis que cobran pensión no contributiva por la gracia de no trabajar y no estudiar, los jubilados que usan sus recetas gratuitas para surtir de medicamentos a toda la familia, los liberados sindicales por la decisión unilateral de un sindicato… Y así hasta el infinito.
Todo ello, claro está, sufragado por aquellos que tienen una nómina, los contribuyentes sin puerta de atrás, que, encima, se convierten en una carga para el Gobierno cuando se transforman en estadística negativa porque están en paro. O en un gasto insostenible cuando perciben, al parecer demasiado tempranamente, las pensiones por las que sí han cotizado.
Ese entramado pretendidamente progresista cuenta, además, con comisarios políticos que se dedican a censurar al funcionario que escribe como manda la Real Academia porque usa un lenguaje supuestamente sexista o pone etiquetas descalificadoras a la espalda de quien dice España en lugar de Estado español.
Con estos mimbres, y otros tantos, hemos creado la sociedad del eufemismo, de no llamar a las cosas por su nombre, sea por interés personal o por temor a ser expulsado del paraíso políticamente correcto. Es el caso de la guerra en Afganistán, que nuestro gobierno denomina misión de paz porque el presidente y la ministra de Defensa afirman que son pacifistas y también porque las encuestas avalan el rechazo a cualquier esfuerzo militar, aunque éste sólo quiera garantizar nuestra propia seguridad. Se colige que no pensamos en evitar otra tragedia como el 11-M, sólo deseamos olvidarla. Como hemos olvidado las muchas veces que oímos “algo habrá hecho” cuando ETA asesinaba a alguien, frase seguramente pronunciada por los mismos que ahora miran mal a nuestra paisana Lucía Jiménez porque reclama justicia para las víctimas del terrorismo del Frente Polisario.
Parece, pues, que la memoria, histórica o no, es siempre selectiva y el análisis lingüístico comparado, como demostró el portavoz socialista en el Congreso, da mucho juego. La palabra es un arma cargada, pero no, como decía Celaya, de futuro.

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