El Makoki andaba con el motor cascado y decidí ir por el camino de aprender mucho y gastar poco. Con el asesoramiento adecuado, he conocido mil ferreterías y mayoristas, productos que ni siquiera imaginaba que existíeran y aprendido a distinguir lo que es un filtro de aceite y un decantador. También me han enseñado a enfibrar y hacer otras pequeñas reparaciones y mantenimientos.
Pero la mayor satisfacción no la encuentro en el ahorro (que es, sin embargo, importante), sino en todas las cosas que antes ignoraba y ahora conozco. Es un hecho placentero por sí mismo.
Y el resultado es que, entre hoy y mañana, el viejo Solé mini 17 volverá a arrancar con aires renovados y, si no hay imprevistos de última hora, el domingo daré rumbo a Santa Cruz, hacia un nuevo atraque.
Pero si navegar a vela es un hecho dichoso, insisto que no lo son menos todas esas actividades manuales que me eran ajenas y voy descubrimiento poco a poco. Todo es empezar y hacer las tareas con agrado.
viernes, 24 de febrero de 2012
miércoles, 15 de febrero de 2012
Santiago Gil, una lectura pendiente
No conozco aún la obra del grancanario Santiago Gil (mea culpa), pero la entrevista que publica hoy Eduardo García Rojas en su suplemento El perseguidor (Diario de Avisos) me ha revelado a un escritor con unos planteamientos muy coherentes. Me apesadumbra llegar tarde a la literatura de Santiago. Pero también sé que voy a llegar para conocer de primera mano ese mundo mental, intelectual, concretado sobre el papel en blanco. Lógicamente, también los animo a ustedes a descubrir, si es el caso, la obra de este autor que transitó durante años las redacciones periodísticas, esos gimnasios donde tantos hemos desarrollado el músculo de la escritura. Y entonces volveremos a hablar de Santiago Gil con más fundamento.
martes, 7 de febrero de 2012
Conocimiento
Hace tiempo que sé, más o menos, quién soy, una labor que dura años de esforzado trabajo. Pero, cuando he logrado comprenderme a mí mismo, he dejado de entender a los demás, como si descifrar el propio alfabeto impidiera ser políglota. O, tal vez, inicias una literatura que se convierte en patria ensimismada que evita los zocos donde se mercadean las vidas, los pensamientos y sentimientos, los actos y la inacción. Porque vivir es tolerar activamente o por omisión. Escuchar y callar o, más simple y también sórdido, no escuchar para huir del conflicto o del dolor, de los desgarros que nos laceran después de mostrar el alma.
Sólo tienes el confort de tus lealtades y pasiones, de tus hábitos y rutinas, que amojonan la vereda por la que transitas el calendario hacia el vacío del que naciste, la eternidad interrumpida por un reloj que, como una pulsión, narcotiza con su tic-tac que consume del tiempo su futuro.
Sólo tienes el confort de tus lealtades y pasiones, de tus hábitos y rutinas, que amojonan la vereda por la que transitas el calendario hacia el vacío del que naciste, la eternidad interrumpida por un reloj que, como una pulsión, narcotiza con su tic-tac que consume del tiempo su futuro.
viernes, 3 de febrero de 2012
Ciudades insulares
Fue en otro tiempo que la población era un bien escaso y la geografía, pródiga abundancia. Poca gente, mucha distancia, para todo. Ahora, en el siglo XXI, la demografía es el problema, no bastan los recursos naturales para dar cabida a una humanidad con visos de convertirse en plaga bíblica.
Si tomo como ejemplo mi propio entorno, no existen hoy distancias que actúen de límites definidores de las localidades. Por el norte o por el sur, el territorio se define por un continuo urbanizado de tal modo que más parecemos ciudades insulares en las que sobran los ayuntamientos y sus pretendidos límites municipales. Sólo una administración pública única para gestionar las necesidades de 600.000 habitantes, cifra esta muy lejana de las consideradas megalópolis, bastaría. Una reforma institucional del todo practicable.
Pero esta situación ha arrasado la belleza, ha sustituido a la naturaleza con cemento con una prodigalidad rayana en la insensatez. Tenerife o Gran Canaria son islas dormitorios donde antes hubiera los bosques y riachuelos que cantara Bartolomé Cairasco y el medio rural es un conjunto de fogones donde nos hacinamos para comer chorizos parrilleros. He visto auténticas multitudes en el monte de Las Raíces fervorosamente dedicadas a alimentar el fuego de las barbacoas que alimentaban, a su vez, a la multitud. Extraña simbiosis de naturaleza y supermercado.
Lo mismo ocurre con las playas, que en las noches de verano son el vertedero que delata a la muchedumbre que procuraba hacerse hueco en la arena o el mar y hasta las más peligrosas, las que antes todo el mundo evitaba, concitan la concurrencia ciudadana que busca su lugar bajo el sol.
No, no creo que exagere si insisto en la idea de las ciudades insulares.
Si tomo como ejemplo mi propio entorno, no existen hoy distancias que actúen de límites definidores de las localidades. Por el norte o por el sur, el territorio se define por un continuo urbanizado de tal modo que más parecemos ciudades insulares en las que sobran los ayuntamientos y sus pretendidos límites municipales. Sólo una administración pública única para gestionar las necesidades de 600.000 habitantes, cifra esta muy lejana de las consideradas megalópolis, bastaría. Una reforma institucional del todo practicable.
Pero esta situación ha arrasado la belleza, ha sustituido a la naturaleza con cemento con una prodigalidad rayana en la insensatez. Tenerife o Gran Canaria son islas dormitorios donde antes hubiera los bosques y riachuelos que cantara Bartolomé Cairasco y el medio rural es un conjunto de fogones donde nos hacinamos para comer chorizos parrilleros. He visto auténticas multitudes en el monte de Las Raíces fervorosamente dedicadas a alimentar el fuego de las barbacoas que alimentaban, a su vez, a la multitud. Extraña simbiosis de naturaleza y supermercado.
Lo mismo ocurre con las playas, que en las noches de verano son el vertedero que delata a la muchedumbre que procuraba hacerse hueco en la arena o el mar y hasta las más peligrosas, las que antes todo el mundo evitaba, concitan la concurrencia ciudadana que busca su lugar bajo el sol.
No, no creo que exagere si insisto en la idea de las ciudades insulares.
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