lunes, 11 de abril de 2011

Todo el racismo: artículo de ABC Canarias

UNA HUELLA EN LA ARENA
Todo el racismo

La misma Canarias contó con población esclava, sobre todo morisca, que llegó a ser mayoritaria en Lanzarote y Fuerteventura

Francisco Estupiñán

El pasado viernes, Día Internacional del Pueblo Gitano, la prensa recogía la impotencia del futbolista togolés Adebayor, que afirmaba “No podemos hacer nada contra el racismo. Es parte de la vida”, después de haber padecido los insultos de un grupo de energúmenos seguidores del Tottenham,
Podríamos estar de acuerdo en que el racismo ha sido consustancial a la especie humana, inoculado por el desprecio o el miedo a la diferencia y, muchas veces, sustentado por intereses económicos, como ocurrió en América para atender la ingente necesidad de mano de obra en algodonales e ingenios de azúcar. La misma Canarias contó con población esclava, sobre todo morisca, que llegó a ser mayoritaria en Lanzarote y Fuerteventura.
Pero Jean-François Revel afirmaba, en “El conocimiento inútil”, que los occidentales nos desgarramos las vestiduras de modo inmisericorde por la discriminación racial cuando otras razas y etnias son tan culpables o más que nosotros. En ese libro que terminó en 1988 citaba como ejemplo la discriminación entre hutus y tutsis en Ruanda y Burundi. Fue premonitorio: en 1993 se desató una bárbara guerra étnica en estos países.
En la España actual el debate sobre el racismo y la xenofobia se reavivó por la alta inmigración que produjo la bonanza económica, durante la cual lo políticamente correcto se convirtió en un arma de doble filo que aún nos alcanza, pues se elude en no pocas ocasiones informar de la nacionalidad de los asesinos de sus parejas, que en muchísimos casos proceden de países con nocivas culturas machistas. Y no se trata de estigmatizar a ningún colectivo, sino de saber dónde está uno de los focos principales de un problema social con proporciones de plaga bíblica.
La solución a largo plazo de todo segregacionismo pasa indudablemente por la integración y la educación que eviten la exclusión y, no menos importante, la autoexclusión, que es la otra cara de la misma moneda. Esta última ocurre por motivos religiosos o culturales, como sucede con ciertas comunidades musulmanas. También la ideología política puede conducir al racismo, como esa izquierda desacreditada por su antisemitismo creyéndose defensora del pueblo palestino.
Integración y educación, insisto, como bien demostró un peón subsahariano a un albañil nativo de esta tierra en mi propia casa. El albañil insistía, creyéndose un dechado de aguda ironía, en que su compañero trabajaba todo el día como un negro para vivir como tal. La inteligente respuesta del aludido fue: “Tú y yo no somos diferentes, trabajamos como negros para vivir como negros. El que trabaja como un negro para vivir como un blanco es Eto’o”.

No hay comentarios: